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Pamplona

Ronda Barbazana

Tras atravesar las estrechas e intrincadas calles del centro histórico pamplonés, la ciudad súbitamente se abre en este gran balcón sobre las murallas, entre el Rincón del Caballo Branco y el Baluarte del Redín.

La vegetación y las vistas que rodean la urbe acompañan al caminante mientras sigue el curso del paseo por la línea amurallada, llamada así en honor del obispo Barbazán.

Este lienzo de la muralla protege la parte más sagrada de la ciudad: el Palacio Arzobispal y el claustro, la capilla Barbazana y la cabecera de la Catedral de Santa María.

A lo largo del paseo se encuentran un par de garitas y bancos renacentistas, y las gárgolas y contrafuertes de la trasera de la Capilla Barbazana, la dependencia claustral más antigua, con una bellísima bóveda gótica octogonal que guarda los restos de Arnaldo Barbazán (1319 – 1355).

A la altura del Baluarte del Labrit, en la tranquila plaza de Santa María la Real, está el Palacio Arzobispal, un excelente edificio barroco, construido en el lugar donde se ubicaba la judería medieval.

Aunque la primera mención histórica de un obispo en Pamplona data del III Concilio de Toledo, la diócesis no conseguirá continuidad hasta el año 829, con los primeros intentos de crear un reino pamplonés.

Tras la estabilización de las fronteras del Reyno de Navarra, a principios del siglo XIII, seis diócesis se distribuyen por el territorio.

Entre 1512 y 1515, con la incorporación de Navarra a la Corona de Castilla, la de Pamplona sufrió profundos cambios.

En 1784 se crea una sede episcopal en Tudela, cuya administración asumirían los obispos de Tarazona en 1858.

En 1955 se integraron en la sede pamplonesa 13 parroquias de la Ribera Tudelana.

Al año siguiente, Pío XIII elevaba a Pamplona al rango de archidiócesis.

En 1984 Juan Pablo II uniría de forma definitiva las diócesis de Pamplona y Tudela, dando el título de Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela al mismo prelado.

Éste es uno de los más privilegiados balcones de la ciudad, en esta ocasión hacia su vertiente noreste.

El río Arga forma un meandro en la parte inferior de este paseo, entre Larraintzar y el Puente de la Magdalena, que acoge huertas, granjas y cercados con caballos y vacas, en una de las zonas más sugestivas y campestres del parque fluvial, con el Monte San Cristóbal como telón de fondo.